Sería en el invierno de 1910-1911 cuando el fauvista Henri Matisse visitó Sevilla y pintó en ella dos de sus obras. ¿Qué trajo al artista francés a la capital andaluza? ¿Qué obras pintó en Sevilla y dónde se encuentran? Respondamos estas y otras cuestiones sobre uno de los grandes artistas de las vanguardias europeas del siglo XX.
¿Quién era Henri Matisse?
Henri Matisse (1869-1954) fue un pintor francés, principal representante del fauvismo. Su primer éxito llegó en marzo de 1906 en el Salón de la Sociedad de Artistas Independientes, celebrado en París. Aquella exposición supuso no solo un gran éxito para el artista, también lo consagró como pintor y como cabeza visible de un nuevo movimiento. Sus obras causaron sensación con su pintura viva y espontánea, colores puros y expresividad, alejándose de la mera imitación de la naturaleza.
Comenzó estudios de jurisprudencia en Paris, estudios que nunca terminó, pues le sobrevino la enfermedad que lo retuvo en la cama durante parte de 1890 y que lo llevó a pintar durante la convalecencia. Una vez recuperado y pese a la oposición de sus padres, Matisse abandonó la carrera de leyes para centrarse en la pintura.
Formó parte un movimiento pictórico que conocemos como fauvismo, del término fauves (fieras), nombre utilizado por primera vez por Louis Vauxcelles al definir como "Donatello entre las fieras" una escultura de Albert Marquet, expuesta en el Salón de Otoño de 1905. El fauvismo fue el movimiento más violento que se producía contra el arte académico desde el impresionismo. Mediante el uso agresivo de colores puros, los fauvistas querían poner de manifiesto que la tela pintada era una realidad autónoma e independiente.
El viaje de Matisse por España
En 1910 se produce un punto de inflexión en la vida y la obra de Henri Matisse, algo que a pesar de tener un enorme impacto sobre él, ha pasado normalmente casi desapercibido en su biografía. Matisse atravesaba una crisis tanto personal como artística, en lo que influyó mucho el fallecimiento de su padre cuando, en el gran salón de la Residenz en Múnich, visita una exposición sobre arte islámico que le deja fascinado y que le abre un nuevo camino en su búsqueda de un arte nuevo. Él había viajado a Argelia en 1906, le atraían las civilizaciones antiguas y el arte primitivo, sin embargo sería ahora cuando su búsqueda artística encuentre la vía de escape que necesitaba en lo oriental y eso le trajo a España. Aquí pretendía encontrar esa huella que la presencia musulmana había dejado en ciudades como Toledo, Córdoba, Sevilla o Granada. También estuvo en Madrid y Barcelona. De todas ellas sería Sevilla el destino principal, el motivo del viaje, pero eso lo veremos en el apartado siguiente.
El viaje comenzó el 16 de noviembre y a Matisse le esperaban más de 24 horas hasta llegar a su primer destino, Madrid. Entró en España por Irún y en la capital visitaría el Museo del Prado. A Sevilla llegaría días después, el 24 de noviembre y se hospedó en la Plaza Nueva (llamada entonces Plaza de San Fernando), en el Hotel Cecil, mismo lugar donde se hospedaría nueve años después Jorge Luis Borges durante su estancia en la ciudad. “Es maravillosa y maravillosa es su temperatura”, le escribió a su esposa Amélie, a quien dio cuenta de sus andanzas a través de una abundante correspondencia. Desde una habitación de la segunda planta del Hotel Cecil, que ocupaba entonces los números 14 y 15 de la Plaza Nueva (ya desaparecido y su lugar ocupado por un edificio de la Junta de Andalucía), el pintor se detendría a menudo a observar la corona de las palmeras que existían en dicho emplazamiento, imagen que recordaría en múltiples ocasiones y que quedaría convertida en motivo iconográfico fácilmente identificable en un buen número de obras posteriores.
A los pocos días de llegar a Sevilla cayó enfermo, con fiebre muy alta, temblores y delirios, al parecer provocados por el insomnio. En las cartas a su mujer cuenta con detalle los pormenores de su enfermedad, que le obligó a trasladarse al hogar de su amigo Auguste Bréal, casado en segundas nupcias con la española Carmen Balbuena. Allí, en una casa con patio típicamente sevillana, quedó al cuidado del médico de la familia y pasó los días posteriores.
Una vez recuperado, el pintor visitó la Giralda, la Catedral y frecuentó repetidamente los salones de un club social, “donde estoy como entre algodones, lo cual no es común en España”, confiesa en una carta a su mujer fechada el 14 de diciembre.
Matisse visitó academias de baile flamenco, como la de Manuel Otero, o tablaos donde bailaban jóvenes andaluzas, como Dora, que “prolongaba el sonido con sus movimientos” y que le inspiraría para pintar uno de los cuadros que parece que pudo realizar durante su estancia en Sevilla, la gitana Joaquina. Matisse se detiene en la correspondencia con Amélie en los pequeños detalles, tan curiosos como reveladores, como su intensa alegría por la venta de algunos de sus cuadros o su desconcierto por el estruendo de el grave sonido de las campanas de la Giralda , que anuncian la festividad de la Inmaculada.
El 9 de diciembre partió en ferrocarril hacia Granada. Lo hizo en un vagón bellina emplazado al final del convoy, rodeado de ventanas acristaladas que le permitieron disfrutar del paisaje andaluz, al que no duda en calificar de hermoso: “Primero, las llanuras fértiles con palmeras, eucaliptos, granados y naranjos. Las paredes de las haciendas y casas ornamentadas con viváceas púrpuras y follaje verde oscuro con el más bello efecto”. Este inspirador panorama debió compensarle, en parte, el largo trayecto de más de ocho horas que tardaba por entonces el viaje entre las dos ciudades andaluzas.
Durante los tres días que pasó en Granada, Henri Matisse se alojó en el interior del recinto de la Alhambra, concretamente en una pensión conocida como Villa Carmona. Desde allí, escribió de nuevo a su mujer animándole a consultar, en el plano del monumento nazarí que aparecía reproducido en la enciclopedia Larousse, el lugar en el que se encontraba dicha residencia, rodeada de un bosque cercano, donde a su llegada, el viento era, en su opinión, “tan fuerte como para arrancar los cuernos de todos los toros de Andalucía, y son bastantes sólidos esos cuernos”. Posiblemente, el mal tiempo le obligó a aplazar su visita a la Alhambra hasta la noche del 11 de diciembre.
La Alhambra que Matisse se disponía a recorrer había dejado de ser una propiedad periférica de la Corona española y se había incorporado a la valoración patrimonial a raíz de su declaración como Monumento Nacional. A disposición de los visitantes existían ya en 1910 itinerarios que incluían, además de un recorrido por los espacios principales de la ciudad palatina, la posibilidad de realizar visitas a la luz de la luna. “La Alhambra es una maravilla. Sentí allí una intensa emoción”, expone por carta a su esposa Amélie. “Mis ideas vinieron de aquí”, añade el pintor, describiendo la sensación de armonía y suntuosidad que le provocaban las decoraciones nazaríes.
La estancia granadina de Matisse se prolongó un día más, algo que aprovechó para visitar el barrio del Sacromonte y el centro de la ciudad. Allí adquirió antigüedades, como algunas piezas de azulejos hispanomusulmanes de los denominados “olambrillas” y objetos de vidrio procedentes de Castril, que enviaría a su mujer advirtiéndole por carta de su gran fragilidad. Igualmente, se hizo con un vistoso mantón de Manila de extraordinario colorido que regalaría a su mujer, quien lo luce, con peineta y abanico en el lienzo La española, ejecutado en 1911.
Regresó a la capital andaluza el 13 de diciembre. Y lo hizo con renovadas ganas de pintar (“Pienso trabajar en Sevilla”, dijo) después de mucho tiempo sin posibilidad emocional para hacerlo. Tal es la premura por volver a los pinceles que ni siquiera esperó a que llegasen los tubos de pintura que había solicitado a su mujer y le pidió prestado el material a su amigo el pintor Francisco Iturrino. Con él, además, asistía por las tardes a clases de dibujo y, posiblemente, en el estudio compartido por ambos, Matisse llegó a rematar los bodegones Sevilla I y Sevilla II, donde incluye una jarra de la fábrica de cerámica de La Cartuja Pickman y una aceitera de color verde cobre brillante de Triana.
Ante la proximidad de las fiestas de Navidad, el artista le pidió a su esposa que se reuniera con él en Sevilla. Para tal fin, le facilitó un detalladísimo plan de viaje con una descripción minuciosa de horarios de trenes y escalas aprovechando que ella había tenido que desplazarse a Perpiñán a ayudar a su hermana en una mudanza. Como argumento, el pintor sostiene que la ciudad le inspira para pintar, que para él es importante seguir en ella, que por qué no pasan juntos una temporada en Andalucía…
Ante la negativa de Amélie, Matisse emprendió precipitadamente el viaje de vuelta a mediados de enero de 1911. El 17 hizo escala en Toledo, donde se instaló en el Hotel Castilla. Desde allí, envío una postal al coleccionista y crítico Leo Stein con sus impresiones sobre la pintura de El Greco, al tiempo que comentaba cómo la barba se le congelaba a diez grados bajo cero. El 20 llegó a Barcelona por tren y envío a su familia una postal que reproduce la plaza de Cataluña. El 25 estuvo en Toulouse, donde aprovechó para visitar a unos familiares y finalmente llegó a París vía Cahors. “Me agarro aquí porque siento el trabajo”, dijo el pintor sobre España.
¿Por qué Sevilla?
Matisse vino a España para encontrar esa huella que el arte islámico había dejado en diferentes ciudades pero ¿Por qué fue Sevilla el principal motivo del viaje y no Córdoba que había sido la capital del califato o Granada que era la que conserva huellas más recientes, al ser la última ciudad que estuvo habitada por los musulmanes? La respuesta es muy simple, Sevilla estaba muy de moda desde el siglo XIX, especialmente para ingleses y franceses. La imagen de una ciudad provinciana, anclada en el pasado, rica en lo patrimonial pero pobre en lo económico, exótica. Carlos Colón decía estas palabras "ciudad recreada primero literaria y operísticamente desde fuera, y más tarde reinventada desde dentro por los escritores y pintores costumbristas, el
nacionalismo musical y la arquitectura y urbanismo regionalistas". Nos sigue pasando actualmente, normalmente tiene que venir alguien reconocido desde fuera para decirnos que lo que tenemos vale la pena y, una vez legitimado por el reconocido extranjero, actuar. A finales del siglo XIX y principios del XX no era muy diferente. Tuvieron que descubrirnos y reinventarnos desde fuera, crearnos una imagen, una marca que exportar y una vez aprendida, la asumimos y la pusimos en práctica.
Sin embargo el viaje a Sevilla fue, en cierta forma, frustrante para Matisse. Es verdad que la ciudad conservaba un importante legado musulmán, pero aparte de edificios, poco quedaba del ambiente o la personalidad de una ciudad musulmana en aquella ciudad de principios del siglo XX. Esto llevó a Matisse a viajar entre 1912 y 1913 directamente a Marruecos, para encontrar allí lo que no consiguió hacer en Sevilla.
Sevilla le gustó, es evidente. Aquí quiso quedarse a pintar y lo hizo, aunque menos tiempo del que le hubiera gustado, volviendo a París como antes dijimos antes de lo que él hubiese querido.
Obras de Henri Matisse pintadas en Sevilla
Siempre generó dudas el hecho de si Matisse llegó a pintar alguna obra en Sevilla o no y en esta búsqueda entra en juego otro artista, el pintor Miguel Pérez Aguilera. Este conoció a Matisse en Paris en 1948, en las tertulias que ambos frecuentaban en la capital francesa."Me contó que había vivido en una pensión en la Plaza Nueva, y que la abandonó deprisa ante la enfermedad de su mujer dejando atrás cuadros y bocetos". ¿Pero dónde estaban esas pinturas?, según Pérez Aguilera "esos cuadros tendrían que estar en alguna parte".
Esa fue una obsesión personal del artista jiennense, que visitaba con frecuencia el mercadillo del Jueves, pensando que cualquier día encontraría algo allí firmado por Matisse. Creía que en Sevilla no le darían el valor que tendrían esas obras de vanguardia, cuyas características pasarían desapercibidas e incluso serían rechazadas. Nunca perdió la ilusión, pero tampoco encontró ningún Matisse.
La documentación de las pinturas Interior I e Interior II, ambas fechadas entre 1910 y 1911, indica el origen en Sevilla, pero no siempre fue así. La primera de ellas se identifica por primera vez en una fotografía del salón de la casa del coleccionista ruso Sergei Shukin, en Moscú, el cual había sido amigo de Matisse. Las dos obras aparecen en el catálogo elaborado por Sophie Monneret para el Museo del Hermitage de San Petersburgo, pero no incluyó su procedencia. En catálogos de otros autores las obras ni se citan.
Fue Volkmar Essers el primero en admitir la procedencia sevillana de la obra Interior II, omitiendo la otra, pero la documentación del archivo del Museo del Hermitage las relaciona, por lo que podemos dar por hecho que ambas fueron realizadas en la capital andaluza. La pintura Interior I es conocida también como El sofá y según la documentación original, también como Naturaleza muerta en Sevilla. La segunda obra, Interior II o Naturaleza muerta en Sevilla II, es nombrada por Volkmar Essers como Bodegón español, quien especifica que Matisse la realizó en la habitación del hotel en el que se hospedaba en Sevilla.
Ambas pinturas tienen un tamaño de 90 x 117 cm y en las dos podemos contemplar el mismo sofá, la mesa y los tapices, por lo que ambas debieron realizarse en el interior del desaparecido hotel Cecil. Cambia el enfoque; una nos muestra una visión más general del espacio y otra un detalle del mismo, cortando todos los elementos que lo componen, pero sin duda ambas están relacionadas, mostrándonos dos visiones diferentes del mismo lugar. Las obras siguen en el Museo del Hermitage de San Petersburso, no habiendo constancia de que se conserve en Sevilla ninguna obra firmada por Henri Matisse.
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