El Cristo de las Mieles de Antonio Susillo en Sevilla.

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En torno al Cristo de las Mieles se unen una serie de historias y circunstancias que hacen que esta escultura sea una de las más fascinantes de las que podemos encontrar en Sevilla. Su calidad, obra de Antonio Susillo; la temprana muerte de su autor; su ubicación en el Cementerio de San Fernando y el hecho de que de su boca manara miel, hacen de este Cristo un símbolo del romanticismo decimonónico sevillano, rodeado de un aura de misterio y leyenda fascinante.

La escultura del Cristo de las Mieles se ubica en la rotonda central del cementerio, en el punto donde se cruzan la principal calle longitudinal con la principal de las transversales, lo que podríamos considerar el "foro", donde se encuentran "cardus" y "decumanus" de esta enorme ciudad de los muertos hispalense. Los nombres actuales de las cuatro calles que llegan hasta el crucificado son: Fe, Esperanza, Santísimo Sacramento y Virgen María.

El resultado es una portentosa escultura de bronce en la que confluyen la impecable técnica del artista, uno de los mejores del último cuarto del siglo XIX, con la vida atormentada del mismo y su trágico final. Por ello analizaremos por un lado la imagen y por otro la biografía de Susillo, ya que solo conociendo ambos aspectos, podremos valorar adecuadamente la importancia de esta escultura. Vamos a verlo a través de varios párrafos donde desgranaremos los aspectos más destacables de esta escultura y de su autor.

Un genio con trágico final

Antonio Susillo Fernández nace en el seno de una familia sin tradición artística el 16 de abril de 1855, aunque en muchos lugares (incluso en su lápida funeraria) aparece el año 1857. Se ha debatido mucho sobre el lugar y la fecha de su nacimiento, datos que se conocieron y publicaron a finales de los 90 por Joaquín Manuel Álvarez Cruz, el cual consiguió su partida de bautismo en la iglesia del Sagrario. Hijo de Manuel, un tonelero sevillano con taller en la antigua calle Varflora, dedicado más tarde al comercio de aceitunas y Josefa, ambos sevillanos.

La familia vivió en el barrio del Arenal, en la antigua calle Renovada hasta que se trasladaron al barrio de La Alameda de Hércules. Quienes lo conocieron lo describen como un hombre elegante, idealista, locuaz, melancólico y perfeccionista. Haber nacido en una familia acomodada le permitió recibir una buena formación y fue un gran amante de su familia y de su tierra.

Sus dotes artísticas fueron mal acogidas en el seno familiar, algo que hizo que su padre lo implicara en el negocio de aceitunas, alternando sus obligaciones laborales con el modelado en barro. En 1875, el pintor José de la Vega Marrugal le enseñó dibujo y composición, formándose como pintor en su primera etapa artística.

Se casó con Antonia Huerta Zapata, natural de Cazalla de la Sierra, fijando su residencia en la calle Relator número 7 de Sevilla. Fue el primer y gran amor de su vida pero la felicidad no duraría mucho. Poco después de tener a su primer hijo, Manuel, Antonia fallecería a los 22 años de edad en su domicilio, muriendo el pequeño poco después.

Tras participar en varias exposiciones como pintor, en 1882 decide abandonar el negocio familiar y se centró en su faceta artística pero como escultor. Es ahora cuando ocurrirá algo que marcará su vida profesional como uno de los escultores más reconocidos de finales del siglo XIX.

En Sevilla realizaría su "Alegoría de la muerte", un relieve de pequeño tamaño muy al gusto del Romanticismo y tras ser expuesta, unos amigos la llevaron a los Reales Alcázares para que la viese la Reina, Isabel II, la cual pidió que se la dejasen unos días para mostrarla a unos señores cuya visita estaba esperando. Como bien contaba Susillo a su amigo, el pintor José Lafita en una carta, entre esos visitantes estaba el príncipe ruso, Romualdo Giedroik, chambelán del zar Nicolás II. Este pidió a la reina conocer al artista, presentándose pocos días después en el taller de Susillo. El ruso le ofreció casa, comida y formación en París, algo a lo que el sevillano aceptó y así es como entre 1883 y 1884 residió en la capital francesa, estudió en la École de Beauxs Arts y obtuvo la máxima calificación académica concedida a un extranjero en el París de Rodin. Allí aprendió a pintar del natural y a fundir en bronce, aprovechando para visitar todos los talleres y museos de la ciudad.

Regresó a Sevilla a causa de la enfermedad de su padre, el cual falleció y hundió de nuevo a Antonio Susillo en la depresión. Sin embargo, gracias a la reputada fama conseguida como artista, es pensionado por el Gobierno para ampliar estudios en Roma, donde pasaría los dos años siguientes, entre 1885 y 1887, residiendo en la via San Nicola da Tolentino 72. A su regreso, Susillo no paró de exponer, de recibir premios y de ser nombrado para diversos cargos como el de Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla. Llegarían los grandes encargos de su vida, las esculturas de Daoíz y de Velázquez, como también llegaron nuevas desgracias, la pérdida de una hermana y años después la de su madre, algo que provocó un agravamiento de la salud mental de Susillo, muy unido a ella desde pequeño.

La muerte de su madre ocurrió en 1894, anímicamente estaba destrozado pero aún tuvo tiempo de dejarnos obras para la postereidad, como las esculturas de los doce sevillanos ilustres representados en la fachada del apeadero del Palacio de San Telmo y la que sería su última obra, la del Crucificado de la Misericordia, conocido como ya sabemos como Cristo de las Mieles para el Cementerio de San Fernando de Sevilla.

Fueron muchos los que vieron en la postura poco ortodoxa de los pies de la imagen el motivo del suicidio de Antonio Susillo, arrepentido por su "error". Sin embargo, los motivos que le llevaron a terminar prematuramente con su vida fueron probablemente personales y familiares, unidos a su ya pertrecha salud mental.

Antonio Susillo se casó por segunda vez en 1895, una vez realizado el Crucificado y lo hizo con María Luisa Huelin y Sanz, una joven malagueña de familia acomodada. En ella puso Susillo todas sus esperanzas tras su fugaz primer matrimonio y la triste pérdida de sus padres. El artista esperaba ansioso la paz y el consuelo que necesitaba pero este no llegó. Entre ellos no hubo entendimiento, muchos acusaban a María Luisa de su gusto por el dinero y a la depresión que sufría Susillo, su segundo matrimonio solo aportó más ansiedad y desasosiego.

Susillo decidió acabar con su vida el 22 de diciembre de 1896 junto a las vías del tren entre la Barqueta y San Jerónimo, junto a la antigua estación del Empalme, muy cerca del cementerio donde años después sería colocado su Cristo de la Misericordia.

El 23 de diciembre la prensa sevillana daba la noticia, aún sin especificar que se trataba del artista Antonio Susillo: “Hallazgo de un cadáver. Junto a las vías del tren, en el ramal ferroviario a San Jerónimo, apareció ayer tarde el cadáver de un hombre decentemente vestido. Fue trasladado al depósito judicial, donde aún no ha sido identificado”.

La mañana del día de Nochebuena es cuando en la prensa ya aparecía el nombre del escultor. En Sevilla estalló el asombro y la consternación; el mejor artista del momento se había suicidado.

“El Sr. Susillo salió en el tren correo de la mañana, apeándose en el Empalme. Cuando arrancó el tren, varias personas que iban asomadas a las ventanillas, entre ellas una pareja de la Guardia Civil de servicio, vieron que un hombre, vestido de negro, sacaba una pistola del bolsillo del pantalón y con la mano izquierda se apuntaba debajo de la barba, inmediatamente sonó el disparo, viéndose caer al suicida”. El periódico añade que los agentes de la Guardia Civil dispararon al aire sus fusiles, deteniéndose el tren en ese instante. Los agentes bajaron del convoy y sólo pudieron certificar la muerte del hombre. Uno de los Guardias Civiles acudió rápidamente a la estación del Empalme para escribir el parte de la ocurrencia, quedándose el otro custodiando el cadáver.
Cuando en Sevilla se supo lo ocurrido, el juez del distrito Magdalena, Sr. Fernández Anaya, salió en el tren expreso para el Empalme, buscando identificar el cadáver a los pocos momentos de su llegada. El periódico detalla que en un bolsillo de la americana el juez encontró dos tarjetas. Una de ellas decía así: “Al juez. Me mato yo. Mi única heredera es mi mujer. María Luisa Huellín. Antonio Susillo”. La otra misiva estaba dirigida a su esposa y es era concisa también: “Perdóname, María de mi alma. Me mato porque me he convencido de que mi carrera es insuficiente para ganarse la vida. Adiós, mi vida. Antonio”.

Acababa así a los 41 años la vida de un artista atormentado, probablemente el mejor de la Sevilla decimonónica y uno de los grandes de todos los tiempos en la ciudad del Guadalquivir, aunque para muchos siga siendo un total desconocido. Sirvan estas palabras para recordarlo y para reivindicar su figura.

 

De "Sucillo" a "Susillo" 

Manuel, el padre de Antonio Susillo, se apellidaba realmente Sucillo, algo que puede comprobarse en toda la documentación donde aparecía su nombre mientras era tonelero y trabajaba también en el almacén de aceitunas propiedad de su padre (José Sucillo) en la calle Varflora, en el barrio de la Carretería.

Al afincarse en la calle Relator, entre La Alameda de Hércules y la calle Feria, probablemente vio buenas expectativas comerciales de cara a abastecer de aceitunas a muchos de aquellos puestos, algo que debió llevarle a dejar el empleo de fabricación de toneles y centrarse como comerciante en el negocio familiar de aceitunas.

En 1858 nacería Ignacio, el cual aparece ya registrado como Susillo en el registro civil, mientras su hermano Antonio, nuestro protagonista, había sido inscrito como Sucillo en 1855.

Todo da a entender que mientras fue un simple empleado, no le dio importancia a que su apellido fuera el diminutivo de "sucio". Sin embargo al convertirse en comerciante, con una actividad más pública, debió parecerle mejor registrar el apellido familiar con "S" en lugar de "C", pasando de ser "Sucillo" a "Susillo".

 

El Cristo de las Mieles en la obra de Susillo

Fue una de sus grandes obras y sin duda la más famosa por toda la leyenda que gira en torno a ella. Hay que partir de la base de que Susillo fue probablemente el mejor escultor sevillano de la segunda mitad del siglo XIX, sin embargo nunca ha llegado a ser suficientemente reconocido por el gran público. Probablemente por pertenecer al grupo del realismo, tan infravalorado durante finales del XIX y comienzos del XX, así como a su escasa relación con el mundo de la Semana Santa, fundamental en el ambiente artístico local.

La única obra para las cofradías sevillanas fue el juego de manos que realizó para la Virgen de la Amargura tras el trágico incendio que sufrió el paso en la Plaza de San Francisco en 1893. En él, aparte de los numerosos daños que tuvo el paso, tanto las imágenes de San Juan como la de la Virgen sufrieron grandes desperfectos, perdiendo la Amargura las manos como podemos ver en la siguiente fotografía.

Antonio Susillo tallaría por tanto las manos que tiene la Virgen actualmente y la hermandad posee la mascarilla que se sacó al cadáver del artista tras fallecer. La pieza ha pasado por varias manos hasta que la que fuera directora de la Academia Sevillana de las Buenas Letras, Enriqueta Vila (la cual recibió la mascarilla del historiador José María de Mena), la haya donado hace unos años a la hermandad.

Dejando el mundo de las cofradías a un lado, nos vamos a centrar en su obra más reconocida, la del Cristo de la Misericordia. Antonio Susillo realizó la escultura para presentarla en la Exposición General de Bellas Artes de Madrid de 1894, no fue un encargo como suele decirse habitualmente. Quizás por eso se explique la mala calidad del bonce en el que está realizado, algo que se comprobó en la restauración de 2014-2015. Nadie lo encarga y por tanto, nadie lo paga hasta que, dos años después de la muerte del artista, el Ayuntamiento presidido por el Marqués de Paradas y bajo la sugerencia del arquitecto municipal José Sanz López, el consistorio lo adquiere por 14.000 pesetas de la época.

El artista pensaba que el Crucificado de bronce no sería bien acogido por los críticos debido a la extraña posición de sus pies, alejada de lo convencional, con el izquierdo clavado sobre la cruz y el derecho sobre el subpedáneo que sostiene el peso del cuerpo. A esto se le une que el Cristo no refleja dolor, sino más bien una tranquila dulzura poco propia de los momentos previos a la muerte física.

Mucho se ha escrito sobre la "posición incorrecta de los pies" del Cristo o del "error" de Susillo, algo que no es cierto. Tradicionalmente se ha considerado como correcta la colocación del pie derecho por delante del izquierdo, algo que en esta escultura también podemos ver. Por tanto más que de posición incorrecta de los pies, tenemos que hablar de posición poco convencional, con los pies clavados de forma independiente.

La escultura se adquirió para ser colocada en la rotonda principal del Cementerio de San Fernando en 1898 pero no sería hasta 1940 cuando los restos de Antonio Susillo se trasladaran hasta los pies de su imagen más emblemática.

Al quitarse la vida, Susillo ya no podía ser enterrado en el cementerio católico y sus restos tendrían que colocarse en el civil. Unos dicen que fue la infanta María Luisa de Borbón, duquesa viuda de Montpensier, quién movería los hilos para que el artista fuera considerado como enfermo mental y sus restos pudieran descansar en el camposanto, otros dicen que fue el cardenal Marcelo Spínola. Este capítulo aparece ya teñido de leyenda, como muchos otros de su vida como ahora veremos.

Antonio Susillo y la leyenda

Ya desde niño, la biografía de Susillo aparece envuelta en lo legendario, algo que nos deja claro una cosa: el artista fue uno de los personajes principales de Sevilla en la segunda mitad del siglo XIX. Si los griegos recurrían a la mitología para explicar lo que no tenía explicación, Sevilla usa la leyenda para perpetuar en la historia de la ciudad a sus principales personalidades y Susillo en su época lo fue. Ya desde niño, algunos pasajes de su vida se encuentran envueltos en la leyenda, como el encuentro con María Luisa Fernanda de Borbón, duquesa de Montpensier. A Susillo le gustaba ya desde niño modelar figurillas de barro y las vendía a los transeúntes de La Alameda de Hércules donde vivía con sus padres. Según el "boca a boca" sevillano, allí lo encontró María Luisa y viendo la habilidad del pequeño, se ofrecería para costear su formación y convertirse en su primera mecenas.

No menos legendaria sería su muerte, cuando atormentado por no haber representado correctamente la posición de los pies de su Cristo de bronce, se dispararía una bala en la barbilla, quitándose la vida por hacer algo que no tenía perdón posible.

Pero si hablamos de leyendas y Susillo, la más conocida y afamada es la que narra como tras ser trasladados sus restos desde la tumba donde fue sepultado en 1896, y depositados estos a los pies del Cristo de la Misericordia en abril de 1940, meses después se produjo el milagro y de la boca del Crucificado comenzó a brotar miel.

Sería en el primer verano de reposar sus restos en la nueva ubicación, cuando los visitantes del cementerio comenzaron a percatarse de que al Cristo le salía miel de la boca, noticia que correría como la pólvora por la ciudad. Sevilla veía mito, leyenda y milagro, pero la realidad era más simple. La escultura era hueca, como la mayoría de las realizadas en bronce. Las abejas, habitantes habituales de lugares ajardinados como el cementerio, habían formado una colmena en su interior. El calor del verano sevillano hizo el resto y la miel se derramaba al exterior por la boca del Cristo, apellidado "de las Mieles" desde aquel verano de 1940.

 

El boceto en yeso del Cristo de las Mieles de Susillo

Aún conservado (aunque en mal estado), un boceto en yeso previo a la escultura en bronce, se encuentra en el Colegio de las Esclavas de Sevilla. El Cristo se ubicaba hasta la ampliación del edificio en un altar que se encontraba en el patio del colegio.

La imagen presenta algunas diferencias con respecto a la escultura definitiva pero no deja de ser curioso que se conserve y que este "original" en yeso sea un desconocido en la ciudad y no pueda ser contemplado.

Con motivo de la restauración del Cristo de las Mieles durante los años 2014 y 2015, el boceto en yeso se estudió por el historiador y conservador de bienes culturales José León, el cual estaba al cargo de la intervención sobre la escultura de bronce. Gracias a él, el Diario de Sevilla pudo ver in situ el boceto, publicando algunas fotografías del mismo, donde puede apreciarse el mal estado de conservación en el que se encontraba.

En el archivo fotográfico de la congregación se conserva la única fotografía conocida del Cristo colocado en el patio del colegio. La imagen corresponde al entierro de Rosario Spínola, hermana del cardenal Marcelo Spínola, fallecida el 9 de noviembre de 1944, la cual llegó a ser segunda madre general de la congregación de religiosas del Sagrado Corazón.

Este testimonio gráfico nos muestra al Crucificado colocado en un altar realizado de azulejos y bajo un tejaroz, desaparecido con la ampliación posterior del colegio. La fuente fotográfica es de nuevo el Diario de Sevilla.

 

El Cristo de las Mieles recibe al visitante del cementerio de Sevilla desde su Gólgota particular, un risco de piedra que estuvo cubierto de vegetación hasta que la restauración de 2014-2015 lo dejó al descubierto. Un promontorio artificial con vegetación asilvestrada al gusto decimonónico primero, que luego fue cubierto de hiedra, elevando la imagen del Crucificado, recortándose su silueta entre los cipreses del camposanto.

Aparte de recopilar los datos principales sobre el Cristo y su autor, estas líneas pretenden dar a conocer esta magnífica escultura a quienes no supieran aún de ella. Reivindicando también tanto el valor artístico de la misma, como el importante papel que jugó Antonio Susillo en el panorama artístico hispalense de la segunda mitad del siglo XIX.

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