«La Cieguecita», la Inmaculada de Martínez Montañés para la Catedral de Sevilla.

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La imagen de "La Cieguecita" de Juan Martínez Montañés supone no solo una importante pieza artística; esta representación de la Inmaculada es ante todo uno de los mejores ejemplos de la imaginería sevillana, una de las obras más destacadas que podemos contemplar en la catedral hispalense y probablemente, junto con las Inmaculadas de Murillo, la cumbre de la iconografía concepcionista en la ciudad, reflejo de la defensa y devoción popular del dogma.

Se encuentra en el interior de la Catedral de Sevilla, en una de las llamadas "capillas de alabastro", nombre derivado del material utilizado en las mismas. Este conjunto de cuatro capillas decoran los laterales exteriores del coro catedralicio, dos en el lado sur y dos en el lateral norte. La capilla de "La Cieguecita" se encuentra en el lado sur, donde se ubican las dos más antiguas.

La obra gótica de la catedral terminaba a comienzos del siglo XVI, pero aún quedaban capillas y estancias que finalizar y añadir, algo que se realizará a lo largo de las decadas del 1500. Estas últimas partes que aún quedaban por construir del edificio, comenzarán en un estilo de transición, a medio camino entre el Gótico y el Renacimiento (Capillas de Alabastro y Sacristía de los Cálices) y finalizarán con una estética plenamente renacentista (Sacristía Mayor, Antecabildo, Sala Capitular y Capilla Real).

Centrándonos en la imagen de la Inmaculada Concepción que Martínez Montañés realiza para una de las cuatro capillas de alabastro, decir que la imagen es encargada al artista el 14 de febrero de 1628 por Gerónima Zamudio, viuda del jurado Francisco Gutiérrez de Molina, junto con el retablo donde se encuentra para presidir la capilla funeraria que el matrimonio había dotado en la catedral y que debería estar finalizado en mayo de 1629. Una enfermedad hizo que Montañés no pudiera cumplir con el plazo y que se produjera un pleito entre ambas partes. El artista quiso recuperar la confianza depositada en él y se comprometió en septiembre de 1629 a que el retablo "será de las primeras cosas que haya en España y lo mejor que el susodicho haya hecho". El retablo sería inaugurado el 8 de diciembre de 1631, siendo los encargados de la policromía los pintores Baltasar Quintero y Francisco Pacheco, el cual realizaría también el retrato de los patronos situados en el banco del retablo. La obra se completa con las imágenes de San Gregorio y San Juan Bautista, y los relieves de San Jerónimo, San Francisco, San José y San Joaquín.

La imagen de la Inmaculada está realizada en madera de cedro y mide 1´64 metros de altura. Sigue los postulados estéticos de Pacheco en su Tratado del arte de la pintura, representando el modelo de Virgen niña de rostro dulce y sereno que tanto gustaba en las escuelas artísticas del sur de España. Si algo caracterizaba a Montañés era la serenidad de sus imágenes, el clasicismo, la elegancia y la dulzura de sus rostros. Eran imágenes que inspiraban devoción, con un barroquismo contenido donde primaba el diálogo directo entre la obra y la persona que la contemplaba. La Inmaculada tiene el rostro redondeado, la cabeza un poco inclinada y la mirada baja, buscando al fiel que reza a sus pies. Esa mirada baja hace que cuando la contemplamos a unos metros de distancia, la imagen de la impresión de tener los ojos cerrados y de ahí el nombre con el que habitualmente se le conoce. Pero la Virgen tiene los ojos abiertos, mira directamente a la persona que arrodillada a sus pies, le reza. Ese recurso de cercanía y diálogo entre lo divino y lo humano era muy del gusto de Martínez Montañés. Sin irnos muy lejos y dentro de la misma catedral podemos ver otra imagen donde repite este recurso de mirada baja que conecta con el espectador. Se trata del Cristo de la Clemencia, uno de los grandes crucificados del barroco español y realizado por el mismo artista un cuarto de siglo antes.

Algo que llama la atención del devoto o del visitante espectador es la riqueza de los ropajes que visten a "la Cieguecita". Podemos apreciar la técnica del estofado, donde el oro asoma entre la policromía dando ese efecto de bordado a las telas talladas que cubren a la Inmaculada. Originalmente la Virgen lucía otra policromía, basada en las directrices de Pacheco con el uso del blanco y azul como colores con los que vestir a las representaciones de la Inmaculada Concepción. Parece también que la imagen estuvo vestida con ropajes reales durante un tiempo y que tanto policromía actual como el estofado, son del siglo XVIII.

La imagen de la Inmaculada realizada por Montañés creará escuela en el ambiente artístico hispalense del siglo XVII, convirtiéndose en uno de los prototipos a imitar o en los que inspirarse. "La Cieguecita" será el modelo más representativo en escultura, como en pintura lo será posteriormente Murillo, convirtiendo Sevilla en la escuela artística de referencia en lo que a representaciones de la inmaculada Concepción se refiere.

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José Manuel Villalba Rodríguez

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