Aragoneses en la Catedral de Sevilla.

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La presencia de aragoneses en la catedral de Sevilla es patente desde que los cristianos conquistan la ciudad musulmana en 1248 y convierten el edificio de la Mezquita Mayor de Isbilya, en el templo principal de la ciudad. A lo largo de este artículo hablaremos de algunos personajes aragoneses en la catedral sevillana y de obras expuestas que fueron realizadas por astistas procedentes de Aragón.

Fernando III contó para la conquista de la ciudad de Sevilla con los llamados 100 caballeros aragoneses, pertenecientes a la Orden de San Jorge. Posiblemente ellos se hicieron cargo de una de las capillas del templo, dedicándolo a dar culto a su principal devoción: la Virgen del Pilar.

En la catedral gótica, una nueva capilla dedicada a esta advocación vino a sustituir a la primera. La actual imagen de la Virgen del Pilar de la catedral es una magnífica obra de Pedro Millán en torno al año 1500 y la capilla se sitúa entre la conocida como Puerta del Lagarto y la subida a la Giralda.

La primera piedra de la catedral gótica de Sevilla la puso precisamente un aragonés, Alonso de Egea. Nació en Ejea de los Caballeros, Zaragoza alrededor de 1360 y llegó a ser obispo de Ávila, de Zamora y arzobispo de Sevilla desde 1403, donde se le nombró también administrador perpetuo de su Archidiócesis. Murió en Cantillana, Sevilla, en 1417 y está enterrado en la capilla de San Laureano de la catedral hispalense. Esta capilla fue la primera en construirse, las obras del templo gótico comenzaron por los pies y fue la primera donde se celebró misa una vez que concluyeron las obras de la capilla. Su sepulcro es difícil de apreciar con la reja de la capilla cerrada pues es una lápida en el suelo donde puede leerse: Aquí yace el reverendísimo señor Don Alonso de Egea, patriarca de Constantinopla, y administrador perpetuo de la iglesia de Sevilla. Finó miércoles víspera del Corpus Christi a 9 de junio de 1417.

Si hablamos de la presencia de aragoneses en la catedral de Sevilla, uno de los más relevantes es Jaime de Palafox Rebolledo y Cardona. Nació en Ariza, Zaragoza en 1642. Hijo de los marqueses de Ariza, ingresó en la Iglesia por su tío Juan de Palafox y Mendoza, quien patrocinó su educación e instrucción en la misma. Estudió en la Universidad de Salamanca, de la que luego llegaría a ser rector, luego en Zaragoza se hizo doctor en Cánones. Llegó a ser Arzobispo de Palermo y posteriormente de Sevilla. De la ciudad siciliana trajo a la andaluza la devoción a Santa Rosalía, fundando un convento en Sevilla dedicado a la santa. Para ello llamó a seis capuchinas de Zaragoza, entre ellas su hermana y su sobrina, que se hicieron cargo de dicha fundación en 1701, año en el que el Jaime de Palafox fallecería. Está enterrado en la cripta de la Iglesia del Sagrario de la Catedral de Sevilla.

Las fuentes lo citan como hombre de carácter fuerte, tuvo disputas con el propio Cabildo catedralicio. Una de sus polémicas decisiones sería su empeño por acabar con el baile de los seises en las celebraciones del Corpus Christi, a los que acabaría incluso por prohibirles su entrada al templo. Sus danzas, vestimentas y castañuelas eran indecorosas para Palafox, algo que acabaría produciendo incluso alteraciones del orden público, como narra Justino Matute en la procesión del Corpus de 1697.

Tras su muerte, los seises volvieron a la catedral, tradición que se mantiene hasta la actualidad tanto en la festividad del Corpus, como en la de la Inmaculada Concepción.

Del Arzobispo Palafox nos vamos a otro personaje importante para la ciudad y su catedral. Se trata del cardenal José María Bueno Monreal, personaje más reciente, del siglo XX, y aún recordado por muchos. Nació en Zaragoza en 1904 y murió en Pamplona en 1987. A Sevilla llegó como Arzobispo Coadjutor en 1957 para sustituir al cardenal Segura bajo el pontificado de Pío XII, siendo nombrado cardenal posteriormente por Juan XXIII en 1958.

En el Concilio Vaticano II se colocó en cabeza del grupo reformista, dedicando todos sus esfuerzos a implantar en Sevilla y en España el contenido del Concilio. Su influencia sería decisiva en las relaciones Iglesia-Estado, buscando que ambas instituciones se orientaran hacia una mayor democracia y libertad, más en consonancia con los países europeos del entorno.

Con él fueron coronadas canónicamente imágenes como la Esperanza Macarena en 1964 o la Hiniesta Gloriosa diez años después. En Sevilla estuvo al cargo de la Iglesia hasta 1982, muriendo cinco años después en Pamplona. Está enterrado en la Capilla de San José de la catedral hispalense, donde se puede ver su tumba, cuyo relieve fue realizado en 1995 por José Antonio Márquez.

Pero no solo hay arzobispos y cardenales aragoneses en la catedral de Sevilla, también encontramos buenos ejemplos en la parte artística de la historia del templo. Veamos algunos ejemplos.

Si hablamos de pintura, son varias las obras de artistas aragoneses en la catedral de Sevilla. La principal de todas es el lienzo que preside la Sacristía de los Cálices, encargada por el Cabildo a través de Ceán Bermúdez a Francisco de Goya. Es un lienzo de gran tamaño donde representa a las santas sevillanas Justa y Rufina. La pintura fue polémica desde que Goya la entrega a la catedral, gustó a unos y fue muy criticada por otros. La polémica llegó a tal punto que la obra no llegó a colocarse en el lugar para donde fue pintado, sino en un lateral. Cuando la obra es colocada en su lugar correspondiente (donde hoy la vemos) fue en 1992 con motivo de la exposición Magna Hispalensis, una de las más importantes que se celebraron en Sevilla con motivo de la Exposición Universal y el V centenario del Descubrimiento y Evangelización de América. Sobre el motivo de tal polémica hay varias opiniones, como por ejemplo que Justa y Rufina aparecen representadas más como mujeres que como santas. Otros creen que representar a las santas sevillanas debió ser algo muy deseado por artistas locales y el hecho que fuera un foráneo el que realizara el encargo, no debió gustar a los artistas sevillanos del momento.

Entre los centenares de pinturas que cuelgan de los muros catedralicios, encontramos también una Piedad del pintor aragonés Francisco Bayeu y Subías. Perteneciente a familia de pintores, nació en Zaragoza en 1734 y su producción artística se encuentra a caballo entre los movimientos Rococó y Neoclásico. Su Piedad se encuentra en la Sacristía Mayor de la catedral, una pintura al oleo sobre lienzo realizada en 1788.

Entre los lienzos expuestos en la catedral, encontramos otro, en este caso sobre un personaje de Aragón. Se trata de una copia del siglo XIX de un original de Murillo sobre San Pedro Arbués. Se encuentra en la Capilla de los Envangelistas, junto a la Puerta del Lagarto de la catedral hispalense y muy cerca por tanto de la Capilla del Pilar o de los Pinelo.

San Pedro Arbués nació en Épila, Zaragoza, vivió en el siglo XV y fue agustino e inquisidor del reino aragonés. Murió asesinado en Zaragoza por un grupo de judeoconversos y allí se conservan sus restos. Probablemente la pintura más representativa del santo es esta que citamos de Bartolomé Esteban Murillo. La original se encuentra en el Museo del Hermitage de San Petersburgo y en la catedral de Sevilla podemos contemplar la citada copia, realizada por Joaquín María Cortés a comienzos del XIX cuando fue sustraída por Godoy la pintura original.

Un siglo antes, durante el XVII, fueron varios los músicos aragoneses que pasan por la catedral sevillana. Especial importancia tendrán los organistas, donde destacan Pedro Pradillo, Francisco Pérez, Sebastián Durón, o Juan y Joseph Sanz, dos hermanos aragoneses que ejercieron una labor importante en la catedral, no solo como organistas, sino en el caso de Juan Sanz, también como maestro de seises y maestro de capilla.

Pero si hablamos de organistas aragoneses en la catedral de Sevilla, tenemos que centrarnos en uno de los más importantes que pasaron por ella, reconocido a nivel nacional e internacional. Se trata de José Enrique Ayarra, organista del Hospital de los Venerables entre 1991 y 2018, y de la catedral durante casi sesenta años (1961-2018). El padre Ayarra, como se le conocía en Sevilla nació en Jaca (Huesca) en 1937 y fue canónigo de la catedral durante 39 años. Dio más de mil conciertos en casi setenta países, tocaba el piano desde los dos años y con apenas cinco, dio su primer concierto en Jaca tocando la marcha turca de Mozart. Con diez años sustituía a su profesor de piano en el órgano de la Catedral de Jaca cuando este se iba de vacaciones y a los once se convierte en profesor titular de piano.

En Sevilla fue catedrático de órgano en el Conservatorio de Música de Sevilla y su gran conocimiento sobre música le llevó a escribir varios libros y artículos. De pequeño fue monaguillo en las misas celebradas por el ya citado José María Bueno Monreal cuando era obispo de Jaca, el cual se había convertido como en un padre para él al quedarse huérfano. Cuando Bueno Monreal fue nombrado arzobispo de Sevilla, se vino con él y aquí se quedó hasta que falleció a finales de 2018.

Aparte de todo lo citado, Ayarra se diplomó en Órgano y Canto Gregoriano por el Institut Catholique de París, fue asesor técnico-musical de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, académico numerario de la sevillana Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, de la Academia de San Fernando de Madrid, de la de Nuestra Señora de las Angustias de Granada y de la Luis Vélez de Guevara en Écija.

Sevillano de adopción, siempre estuvo ligado a sus raíces aragonesas, siendo uno de los socios fundadores de la Casa de Aragón en Sevilla, participando activamente en muchos de los actos organizados por esta.

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