Hoy vamos a conocer la historia de una de las mayores fábricas que tuvo Triana. Se trata de las Reales Almonas, el lugar donde se fabricó durante siglos el jabón blanco de Castilla, uno de los más prestigiosos del mundo siglos atrás.
Hablar hoy de las almonas de Triana es hablar de un fantasma, de una reliquia, pues pocos vestigios visibles nos han quedado. Sin embargo, fue una de las grandes industrias trianeras y sevillanas. De origen almohade, la fábrica de jabón de Triana se mantuvo hasta mediados del siglo XIX y su historia nos habla no solo de jabones, sino también de monopolios, de familias nobles, de Castilla, de América, de olvido y de la falta de concienciación que nuestra sociedad demuestra cada día con respecto a nuestro patrimonio. Hoy, al exterior asoman apenas unos muros de ladrillos antiguos, unos arcos cegados que esconden galerías, una pequeña ciudad escondida y enterrada, oculta por el olvido y nuevas construcciones, que cubren lo que fuera una de las principales fábricas de la Península Ibérica.
En el Diccionario de Autoridades del siglo XVIII, se define almona como "Jabonería, donde se fabrica el jabón, aunque en lo antiguo se extendía a significar otras casas y fábricas o almacenes públicos", indicando además su origen arábigo. En la "Historia de Sevilla" de Alonso de Morgado vemos que es el lugar donde se fabrica el jabón, describiendo incluso distintas clases de jabones, entre ellos el blanco de Triana.
"En la puebla de Triana, guarda y collación de Sevilla y en su calle real de Castilla, están las Reales Almonas". Así empiezan los documentos del siglo XV, donde se fijan las lindes de aquellas casas, que debido a las sucesivas ampliaciones, llegaron a ocupar toda la acera más cercana al río de dicha calle. Los viejos trianeros llamaban al lugar hasta finales del siglo XIX las "cuevas del jabón".
Durante siglos, las casas comprendidas entre el Callejón de la Inquisición y el que se encuentra junto a la iglesia de la O, formaron parte de esta inmensa fábrica que eran las almonas de Triana. En su época de mayor esplendor, a finales del siglo XV y durante todo el XVI, nuevas casas se fueron incorporando hasta ocupar casi todo el espacio comprendido entre la calle Castilla y el río, teniendo casas incluso en la acera de enfrente como almacenes o cocheras. Estamos hablando de unas instalaciones industriales enormes, que ocuparon durante siglos gran parte de la calle. En su interior, un inmenso laberinto de patios, almacenes, viviendas y hasta capilla, para que los trabajadores pudieran asistir a misa sin salir de la fábrica. González Moreno reproduce varios documentos que permiten conocer el conjunto de instalaciones, formado por siete corrales; cuatro almacenes para el aceite; veinticinco lagares; las calderas para fabricar el jabón; espacios abiertos usados como secaderos y varios pozos para surtirse del agua necesaria. Esto se completaba con centenares de tinajas de almacenamiento; oficinas; la casa del administrador; habitaciones para el portero, el mayordomo, esclavos y una capilla donde se decía misa los domingos y festivos, para que los trabajadores pudieran asistir sin salir de las instalaciones. A lo largo del siglo XVII y especialmente durante el XVIII, la crisis económica y la pérdida de importancia del sector, obligaron a ir vendiendo parte de aquellas casas, quedando reducido su tamaño.
En el archivo del Palacio Arzobispal consta que en el año 1700, "con motivo de abrir los cimientos de la parroquia de la O, erigida sobre las ruinas de la enfermería de Santa Brígida, en la calle Castilla aparecieron unas cuevas que usaron para hacer jabón en tiempos de los moros".
Intentaremos resumir su larga historia a continuación, pero antes de hacerlo, comentar que el jabón blanco producido en Triana, conocido como "jabón de Castilla", fue habitual en todas las casas nobles durante 400 años, no solo en la Península Ibérica, también lo fue en América, Inglaterra o Flandes, llegando a ser el jabón más cotizado y considerado de mejor calidad a ambos lados del Atlántico.
Cuando se derriba la casa de la familia Conradi, últimos propietarios de la fábrica, en la calle Castilla 24, aparecieron parte de los antiguos restos de la factoría. Algunos vestigios se observan desde el exterior, otros se conservan en los subterráneos del nuevo edificio construido, no visibles ni visitables al ser una propiedad privada. El único recuerdo hoy es una placa de cerámica colocada en el nuevo edificio gracias a algunos vecinos, que reivindicaron su importancia como Ángel Vela y el que fue "Alcalde de Triana", el fallecido a manos de ETA Alberto Jiménez Becerril. Esas "cuevas" ya estaban olvidadas desde el siglo XIX, los sevillanos somos muy dados a eso, a olvidar. Sus bóvedas sirvieron de cimientos de nuevas casas y parte de ellas se dejaron como refugio antiaéreo durante la Guerra Civil, hoy olvidadas incluso por la gran mayoría de sus vecinos.
Resumen histórico de las Reales Almonas de Triana.
Hay constancia de que los musulmanes elaboraban jabón y que tras la conquista cristiana, los castellanos continuaron con la producción de este producto. El lugar escogido era el más idóneo: a orillas del río. La ubicación posibilitaba la entrada y salida de de barcas y de carros, la factoría se ubicaba entre el río y la calle Castilla, con accesos por ambos lados, contando con embarcadero propio donde cargar y descargar los productos.
La cercana comarca del Aljarafe producía el aceite necesario, al igual que la barilla y el mazacote (planta abundante en la zona de la marisma y cenizas resultado de la quema de estas respectivamente), indispensables para la producción jabonera y en La Algaba se hacían con hojas de palma, lo que sería el envoltorio de los jabones blancos trianeros.
En el repartimiento de la ciudad tras la conquista cristiana, las almonas de Triana fueron entregadas a Juana de Ponthieu, segunda esposa de Fernando III. A partir de entonces, pasan a ser privilegio real, siendo los reyes los que decidirían la persona o personas que podrían explotarla, recibiendo beneficios por ello, por lo que siempre tuvieron interés en la fábrica trianera.
Enrique II concedió al cabildo catedral la explotación jabonera, y al cabildo secular la propiedad de las marismas donde se producían las plantas para su producción.
Juan II entregó las almonas de la baja Andalucía a su tío el almirante castellano don Alonso Enríquez, añadiendo poco después otros beneficiarios, algo que produjo disputas varias, hasta que durante el reinado de los Reyes Católicos, las familias Enríquez (Pedro Enríquez, Adelantado Mayor de Andalucía) y Ribera (Catalina de Ribera) se van haciendo poco a poco con la totalidad del negocio. Hay que aclarar que las almonas de Triana no eran la únicas, existían otras fábricas de jabón en otras ciudades, como en Utrera (Sevilla) o Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). El buen hacer, especialmente de Catalina de Ribera haría que la propiedad se concentrara, para pasar posteriormente a su hijos Fadrique y Fernando, teniendo bajo su propiedad no solo la fábrica de jabón, sino también los olivares para la producción del aceite y terrenos de donde se recogían las plantas necesarias para la producción.
La familia Enríquez de Ribera tuvo el monopolio de la producción del jabón tanto en el arzobispado de Sevilla como en el obispado de Cádiz. Cedieron su monopolio a terceros a cambio de importantes rentas. Primero el negocio se alquila a genoveses, algo que no dio los resultados esperados ni en producción ni en beneficios, por lo que Fadrique Enríquez y su cuñada Inés de Portocarrero (muerto Fernando Enríquez) escucharon los consejos del emperador Carlos y alquilan la factoría al alemán Welser. Con los alemanes llegarían los años de mayor esplendor de la fábrica. El jabón producido por los alemanes era insuperable, de mayor calidad que los reconocidos jabones de Savona en Italia o Marsella en Francia. El jabón trianero se convertía en el XVI probablemente en el de más calidad del momento. Serían los años en los que barcos cargados con jabón salieran hacia el Nuevo Mundo, hacia Inglaterra, hacia Alemania y hacia Flandes, y así se prolongó hasta la muerte de Inés de Portocarrero, terminando con ello el contrato con los Welser y el inicio de la decadencia.
En esos años de esplendor durante el XVI, las almonas de Triana sufrieron modificaciones, se mejoraron las instalaciones y se amplía considerablemente el tamaño de la factoría. Posiblemente, los pocos restos visibles que quedan en el Paseo de la O, se correspondan con esos años.
Las almonas sevillanas llegaron a tener dos fábricas. La principal fue siempre la trianera, pero en Sevilla, existió otra en la collación del Salvador (por las noticias que tenemos, se cree que su ubicación estaría entre la actual calle Laraña y José Gestoso). En la factoría de Triana se fabricaría el jabón blanco, el de mayor calidad y el más apreciado. En la del Salvador sería el jabón prieto, menos refinado, más barato y de menos calidad. Los precios estuvieron siempre establecidos, siendo castigados aquellos que vendieran jabón que no fuera producido por las almonas sevillanas y los que vendían por encima del precio marcado en cada momento.
Los talleres de la collación del Salvador eran de menor tamaño, pero aseguraban la producción en caso de riadas importantes. Recordemos que Triana quedaba aislada por las frecuentes avenidas del río con cierta frecuencia, algo que obligaba a parar la producción. Así, en esos casos en los que el arrabal quedaba aislado, la producción de jabón podía continuar en la orilla sevillana. Tal era la importancia de estas riadas que, a lo largo de la vida de las almonas de Triana, normalmente la producción se paraba durante los meses lluviosos, quedando solo en funcionamiento las del Salvador.
Debido a las uniones matrimoniales de los Enríquez de Ribera, la familia que fuera de los Adelantados de Andalucía, los marqueses de Tarifa y los duques de Alcalá de los Gazules, acaba fundiéndose con la casa de Medinaceli. A ellos les tocó lidiar con la llegada de la crisis del sector y la competencia ilegal. Los cambios políticos en la España de principios del XIX iban en contra de los privilegios que muchos nobles tenían en sus negocios, se suprimen los estancos y la producción del jabón pasaba de ser un monopolio familiar a estar liberalizado. Por ello, el duque de Medinaceli puso en venta las reales almonas de Triana. Mandó redactar un documento que se publicó en el "Diario Mercantil de Cádiz", en el "Diario de Sevilla" y se colgó en plazas y lugares públicos de Sevilla. El anuncio decía así: "A voluntad de su dueño, el duque de Medinaceli se hallan de venta los edificios, que fueron fábricas de jabones en esta ciudad, barrio de Triana y pueblos de su comarca. Quien quisiere hacer proposiciones, bien para su compra, o para tomarlas a tributo todas o cada una, separadamente, podrá acudir por sí o por su apoderado especial al intento, a la administración y contaduría general del estado ducado de Alcalá de los Gazules, en Sevilla, cita en la Casa vulgo de Pilatos, collación de San Esteban, en que el apoderado general y contador de S.E., don Manuel de la Masa y Rosillo, instruirá de las condiciones y demás requisitos con que deberán concertarse los contratos". Tras la restauración del absolutismo en 1823, todo lo anterior queda en suspenso durante unos años, siguiéndose con la producción (si bien desde años antes esta se limitaba a fabricar el jabón para las casas familiares de los Medinaceli y donaciones benéficas, algo ya simbólico). Con la entrada en vigor de nuevo de la ley de supresión de estancos y monopolios en 1836 se volvió a poner en venta. El 31 de diciembre de 1845, el duque de Medinaceli vende a don Juan Bautista Conradi la almona de Triana. Las puertas de los viejos caserones trianeros dedicados a producir uno de los mejores jabones de Europa se cerraron definitivamente.
Triana tuvo otras fábricas de jabón, especialmente una vez que el monopolio de la producción del mismo termina, siendo el sector jabonero uno de los principales del barrio hasta bien entrado el siglo XX, en que estas fábricas fueron desapareciendo. El colegio donde yo estudié por ejemplo, se levantó sobre una de aquellas antiguas fábricas de jabón.
Los restos de las Reales Almonas de Triana permanecen ocultos a la vista del público. Su pasado permanece callado bajo las casas de la calle Castilla, donde muchos vecinos duermen sin saberlo, sobre los restos de la que fuera la principal fábrica que tuvieran Triana y Sevilla durante siglos. Otros vecinos sí conocen algunos de estos vestigios ya que algunos son visibles en el aparcamiento subterráneo del número 24 de la calle.
Al exterior asoman apenas algunos restos de arcos y fragmentos de muros que pasan inadvertidos para el gran público. Arcos que conectan con galerías conservadas y que algunas voces proponen a las administraciones públicas su apertura para la visita. Restos casi irreconocibles y con los que es imposible reconstruir mentalmente la forma, el tamaño y la importancia de aquella primitiva factoría, que nació con el esplendor almohade y que se mantuvo hasta un pasado relativamente reciente. Sus restos asoman hoy como los de un cadáver en avanzado estado de descomposición que no deja reconocer lo que fue antaño.Tan solo un puñado de nostálgicos, entre los que creo encontrarme, miramos esos ladrillos que asoman a lo largo del Paseo de la O, intentando imaginar como fue aquella "ciudad" camuflada en el interior de aquellas casas, llenas de patios, túneles, vasijas de barro y hasta capilla, pensando en si no pudimos hacer algo más por ellos. Ese terreno valía demasiado para no construir y dedicar el espacio a poner en valor los restos de nuestro pasado no interesaba. De hecho la administración pública dejó claro que no destinaría dinero a rehabilitar aquello. Era mejor olvidarlos y construir, borrando la historia de siglos del lugar, historia de tal importancia que sin cerámica y sin almonas, Triana nunca hubiera llegado a ser Triana. En esos ladrillos que hoy asoman con miedo (no vaya a ser que también se nos ocurra arrasar con ellos), está el gérmen del que hoy llamamos "barrio más universal de Sevilla", sin que nos preguntemos ¿por qué Triana llegó a ser tan importante? Pues entre otras cosas por eso que hoy, hemos dejado enterrar y olvidar, por sus "cuevas del jabón".
Galería fotográfica de los restos visibles actualmente en el Paseo de la O y el callejón Párroco Pedro Ramos Lagares.
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