La Cruz de los Juramentos de Sevilla

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Hoy trataremos de la cruz que encontramos entre el Archivo de Indias y la Catedral de de Sevilla, conocida como la Cruz de los Juramentos o Cruz del Juramento, la encontrarán con ambos nombres. Siempre imaginé la Sevilla de los siglos XVI y XVII como un enorme plató, como unos estudios cinematográficos gigantescos donde se estuviera grabando una de las mayores superproducciones del cine o la televisión. Pasear los alrededores de la catedral es sumergirse en uno de los escenarios más hermosos de este planeta. Parece que en cualquier momento va a empezar a sonar una música épica, a la par que personajes de diferentes etapas históricas van a comenzar a aparecer por cada esquina. Eso ocurre en el lugar donde nos vamos a trasladar hoy, exactamente nos a la calle hoy llamada Fray Ceferino González. Ahí nos encontramos una elegante cruz. ¿Qué hace ahí esa cruz entre el Archivo General de Indias y la cara sur de la catedral?

La cruz es conocida como Cruz del Juramento o Cruz de los Juramentos y para entender esta historia, tenemos que saber que el Archivo de Indias, fue construido en el siglo XVI como Lonja de los Mercaderes y en ella, se llevaban a cabo la mayor parte de los acuerdos y negocios relacionados con el comercio americano.

Para conocer mejor el contexto histórico, volvamos un poco atrás en el tiempo y situémonos en 1492. A raíz del Descubrimiento de América, Sevilla se convierte en cabeza del monopolio del comercio con el Nuevo Continente. Esto fue debido a la creación, por parte de los Reyes Católicos, de la Casa de Contratación de las Indias en 1503. A través de esta institución se gestionarán todos los movimientos, comercio, transacciones, mercancias y personal que surge en torno al nuevo eje comercial Europa-América, dirigido desde Sevilla. La ciudad se había convertido en "puerto y puerta" de Indias, o lo que es lo mismo, el puerto y la puerta de Europa hacia el Nuevo Mundo.

El crecimiento de la actividad comercial marítima y sobre todo, el aumento de los comerciantes, hicieron necesaria la creación de un sistema que garantizase el control de toda aquella "maquinaria" económica. El Consulado de Cargadores a Indias sería la institucuón encargada de ello. Se estableció en 1543, aglutinando de manera obligatoria, casi gremial, prácticamente a todos los comerciantes que tenían que ver con la Carrera de Indias.

Parte de los negocios y de los acuerdos comerciales entre ambos lados del Atlántico se cerrarán en las Gradas de la catedral hispalense (centro habitual de comercio ya desde época almohade). Esto provocaba el malestar del Cabildo catedralicio, que veía como el entorno del templo mayor de la ciudad, aparecía invadido diariamente de una masa humana, que se movia alrededor de toda esta actividad que protagonizó la vida económica de la ciudad durante el siglo XVI y primera mitad del XVII. Los días de lluvia, parte de aquel gentío buscaba refugio en el Patio de los Naranjos e incluso dentro del templo, agravando aún más el malestar entre los canónigos.

El Cabildo transmitió su malestar al Emperador Carlos y años después a su sucesor, Felipe II, el cual autorizó la construcción de la antigua Lonja de Mercaderes en 1570. El edificio serviría de punto de encuentro y de sede digna donde llevar a cabo los negocios, fuera de la catedral y a cubierto en los días lluviosos.

Por la documentación existente, se sabe que la Lonja sirvió como punto de encuentro pero, el grueso de aquel movimiento mercantil; las charlas; el bullicio y el ajetreo comercial que movía todo aquel ir y venir de mercaderes, se siguió haciendo en el exterior del edificio. El interior de la Lonja se usaba poco, solo en determinados momentos y en los días en los que la climatología hacía poco propicio estar en el exterior. El nuevo edificio, diseñado en su mayor parte por Juan de Herrera, arquitecto real, y levantado bajo la dirección de Juan de Minjares, sirvió de lugar más que digno para esa Sevilla del XVI que se había convertido en uno de los centros económicos a nivel mundial.

Con el traslado a Cádiz de la Casa de Contratación en 1717, marchó también el Consulado de Cargadores y con ellos, el grueso del movimiento comercial. Acababa así definitivamente la hegemonía sevillana en el comercio atlántico; se marchaba el sueño que supuso dirigir parte del mundo durante doscientos años; se marcharon los gritos, las voces, el bullicio diario en torno a la Lonja, que fue perdiendo poco a poco su función. Tras años de estar apenas sin uso, el rey Carlos III decidió aprovechar el edificio como sede de un gran archivo donde reunir toda la documentación generada durante décadas de relaciones con el Nuevo Continente. Esa documentación se encontraba dispersa por diferentes archivos, quedando a partir de ese momento concentrada en lo que pasaría a llamarse Archivo General de las Indias, declarado actualmente Patrimonio Mundial por la UNESCO desde 1987 junto con la catedral y el Real Alcázar.

Ahora que ya sabemos mucho más sobre el lugar que al empezar el artículo, podemos hablar de la cruz, motivo de este post de hoy. La Cruz del Juramento está realizada en jaspe de color rosado y sustentándola, encontramos una peana barroca realizada en mármol. El conjunto, sencillo pero muy elegante, se rodea de una verja de hierro forjado. La diseña Miguel de Zumárraga en 1609 y donde hoy la vemos, no era su ubicación original. Cuando se realiza a comienzos del XVII, se colocó más cerca de la puerta de sur de la catedral y casi en la esquina del actual Archivo de Indias con la Plaza del Triunfo. Ahí se formaba en el siglo XVI una pequeña plazoleta conocida como "Plaza de la Lonja", presidida por la cruz.

Ante ella, fueron muchos los negocios que se cerraron y los acuerdos a los que se llegaron. Bastaba simplemente un apretón de manos ante la cruz para que todo acuerdo quedara cerrado. La palabra de un hombre bastaba, el apretón de manos servía de firma y al hacerlo delante de la cruz, lo convertía en algo sagrado, fiable e irrompible.

La calle Fray Ceferino González ya no tiene mercaderes, ni delante de la cruz se hacen juramentos. Poco queda ya de aquel bullicio mercantil que dio vida a la ciudad. Quizás, si cerramos los ojos, e intentamos escuchar a aquellos viejos muros que hoy rodean la cruz, podamos aún percibir los ecos de aquellas historias ya lejanas, vividas en el lugar. Quizás cerrando los ojos podamos sentir todavía las voces; los idiomas de medio mundo; los gritos y los murmullos; los olores a especias, a río y a mar; el sonido de las carretas cargadas de plata llegando a la Casa de la Moneda; los cascos de los caballos; y de fondo, dirigiendo los compases y los coros de aquella ópera imaginaria, las campanas de la Giralda.

El sueño americano se marchó, y con el marcharon también todos aquellos juramentos. La cruz sigue ahí, en pie, perfecta, impecable, callada. Solo ella sabe los secretos que guardará para siempre. Solo ella sabe qué se juraron aquellos hombres de hace cuatrocientos años.

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